Me explicaba una muy buena amiga hace unos días la interpretación que en Roma se le da a, posiblemente, una de las fuentes más bonitas de la ciudad aunque no sea la más visitada por los turistas. Se trata de la Fontana delle Tartarughe, fuente de las tortugas, ubicada en la zona centro y construida alrededor del 1500 d.c. En ella se puede ver a cuatro jóvenes con el brazo elevado alzando cada uno a una lenta tortuga mientras que con el pie frenan a otros cuatro ágiles delfines. ¿Qué interpretación le daríais vosotros a ese conjunto escultórico? ¿Qué relación puede tener con el movimiento?

Cuando una hace un estudio biomecánico presta atención a diversos parámetros, algunos poco convencionales. Uno de gran importancia es el de la coordinación entre distintos segmentos corporales, en inglés lo llaman timing. Internet ofrece un montón de vídeos en los que el movimiento se desarrolla en slow motion de tal manera que se haga apreciable lo que a simple vista no se detecta. Si localizas uno del tenista Roger Federer, verás lo elegante que resulta golpear una bola cuando la secuencia dinámica es armónica. Al explorar estos aspectos, valoramos cuánto se mueve determinada región anatómica por sí misma y en relación a otras y, lo que es más interesante, el orden en que lo hacen. El movimiento humano es capaz de albergar el concepto de melodía cinética: como si se tratara de una obra orquestal, es preciso que cada elemento actúe en el momento y en la medida en que le corresponde y permita un buen ensamblaje en la interacción con el resto de componentes. De hecho, cuando existe una buena coordinación entre un sinfín de matices generadores de movimiento, se podría decir que la acción es solo una por ser “limpia”. Una buena organización del movimiento, aunque requiere orientación y entrenamiento, es capaz de convertir en sencillas tareas aparentemente inalcanzables, reduce lesiones por distribuir mejor el trabajo, mejorar la eficiencia y, por extensión, embellecer la acción por dentro y por fuera.

Voy a poner un ejemplo más concreto: es frecuente dar con gente que tiene durezas en la planta del pie, sobre todo bajo la zona metatarsal (almohadillas). Por lo general esto guarda relación con la cantidad de presión o fricción que hay en la zona, no solo por el peso en sí sino también por tiempo de actuación de ese peso. La piel reacciona ante estímulos de ese tipo igual que ocurre en el dedo corazón de la mano cuando acostumbramos a escribir mucho. Ocurre además que también otras zonas más profundas se ven afectadas por estas circunstancias si resulta que son muy intensas, de modo que las estructuras internas pueden sufrir sobrecarga e inflamación, algo conocido en las almohadillas del pie como metatarsalgia.

El trabajo que realiza el pie es complejo en sí mismo y, sin embargo, queda del todo huérfano cuando se obvia la necesidad de una tarea global del cuerpo para lograr eficiencia. Cuando caminamos siempre hay contacto con el suelo, ya sea con los dos pies o con uno mientras el otro oscila. La duración de estas fases de contacto, y de las minuciosas subfases de las que constan, están bastante bien descritas en relación al ritmo general del cuerpo. El tiempo que lleva elevar el pie para trasladarlo de detrás hacia adelante depende de la capacidad del otro para estar a la “pata coja”, pero también de cómo la cadera se mueve, de cómo rota la columna, del balanceo de los brazos y del antojo personal. Hay múltiples tiempos interrelacionados y mucha necesidad de diálogo corporal. Así pues, para comprender lo que le ocurre a un pie, o a una vértebra dorsal, es preciso emplear una visión integral en el análisis del movimiento y su coordinación que, además, lo haga extrapolable a todo tipo de actividades.

A veces veo a corredores que se desplazan más con el cuello que con su cuerpo entero. No es raro observar cómo se agita la respiración con actividades que no cansan por sí mismas, también el corazón. Hay veces que la voluntad tira de unas piernas que se arrastran, y también piernas que la buscan despistadas, pero el ser humano es muy rico en posibilidades, y puede acelerar lo lento y calmar lo rápido, como hacen las esculturas de la fuente. Y no es una cuestión de autoridad o poder sobre el transcurrir del tiempo, sino de armonía. Hay muchas opiniones a favor de que la vida no es otra cosa que acción, y ¿qué es ésta sino movimiento? Aprender a adaptar los ritmos es un signo de sabiduría, yo diría que de paz.

¿Te atreves a escuchar los tuyos?

¿Quién escribió el artículo?

Podóloga, fisioterapeuta, profesora del método Feldenkrais e investigadora científica, pionera en el ámbito de la diabetes y el ejercicio terapéutico.
Experta en la realización del estudio biomecánico de la pisada orientado a crear plantillas donde el gesto técnico y la calidad del movimiento son parámetros esenciales.

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