Cuando un paciente se tumba en mi camilla busca encontrarse mejor al final de la sesión. Normalmente tengo un par de opciones para intentar que eso ocurra: una consiste en encontrar su dolor y lidiar con él de manera localizada; otra es contemplar a la persona en su globalidad para insinuarle cómo el movimiento puede viajar por su cuerpo sin molestos obstáculos. Me gusta más la segunda.

Ayer mismo una adolescente me comentaba que tenía contracturas en la escápula por ensayar con su violín. Se trata de una chica con talento y muy exigente consigo misma, tanto que diría que a veces no se permite disfrutar con lo que hace. Hablamos durante unos instantes de los grandes músicos y de su fusión con la melodía mientras la interpretaban. Para sentir algo, y llegar a la genialidad del disfrute, hay que prolongarse hacia ese algo, hay que serlo. Dicho esto, clarificamos diversas regiones de su cuerpo y, tras haberlas invitado a una mejor comunicación entre sí, le pedí que se pusiera de pie y tocara una pieza: diría que el violín estuvo más cerca de ella que nunca, y que el movimiento de su espalda manejaba el arco más que sus propias manos. La pieza era un tango y ella, en lugar de tocarlo, lo bailó.

El título de este post tiene una explicación. Suelo decir que gran parte de lo que hago en mi trabajo tiene una base biomecánica y, quienes me conocen, saben que casi siempre ando liada con lecturas sobre la materia. A la biomecánica le compete el estudio de todos los fenómenos biológicos y se sirve especialmente de la física para estudiar a los seres vivos, sin embargo, poco se sabe de las bases científicas del comportamiento mecánico del cuerpo humano. De hecho, para poder realizar un análisis cinético del movimiento, es preciso considerar a los segmentos corporales como sólidos rígidos indeformables con distancia invariable entre sus partículas. Eso, aunque en ocasiones es útil,  no es muy real, y es que la complejidad de lo vivo es infinitamente superior a la de los artificios  que se emplean para su comprensión.

Y el porqué de este post también tiene que ver con el baile porque lo considero fundamental para reconciliarse con el movimiento libre. A menudo les digo a mis pacientes que bailen mientras limpian ventanas, que corran peinando el viento, que caminen ligeros como si trazaran una coreografía sobre las aceras. Una persona con parkinson consigue hilar movimientos si tiene la ayuda de alguna melodía que dé continuidad a sus intenciones motoras. El ritmo es gestionado por muchas regiones cerebrales, y la música es de gran ayuda para organizar secuencias intrincadas de movimiento, es más, las palabras rima y ritmo derivan del griego y significan algo así como medida, movimiento y flujo. Esto es muy distinto a la presión y sobrecarga que a menudo nos acechan, ¿verdad?.

Hace unos días asistí a un muy recomendable taller que impartía Marina Santo (ver https://marinovski.wordpress.com/). Marina estudió historia, es bailarina y trabaja con métodos pedagógicos relacionados con el arte. En su taller pusimos cuerpo a versos escogidos con anterioridad y percibí muchas cosas: que el dolor, la vergüenza y la falta de confianza en una misma encogen, que las paredes, suelos y espacios aéreos te abrazan si los buscas y que la belleza no es algo pasajero. Como Marina dijo, todo es poetizable. Hay pocas culturas que no hayan utilizado el ritmo de la palabra o del movimiento como mecanismo expresivo.

Luria, un reconocido neuropsicólogo ruso decía que el ser humano es una unidad de acción. Desde luego es algo mucho más complejo que una tabla llena de variables biomecánicas y resultados numéricos. También creo que en la vida hay muchas más posibilidades que las que solemos tener presentes y que la creatividad no solo está al alcance de unos pocos. Picasso pedía que la inspiración le pillara trabajando. Yo pido que la acción a la que se refería Luria, a ser posible, nos pille bailando.

¿Quién escribió el artículo?

Podóloga, fisioterapeuta, profesora del método Feldenkrais e investigadora científica, pionera en el ámbito de la diabetes y el ejercicio terapéutico.
Experta en la realización del estudio biomecánico de la pisada orientado a crear plantillas donde el gesto técnico y la calidad del movimiento son parámetros esenciales.

×