Estamos muy acostumbrados a escuchar conceptos de pronación o supinación a modo de etiquetas del tipo “soy soy supinador” o “mi calzado es pronador”. La parte interesante de esto es que se va creando conciencia de que hay prestar atención al pie porque no siempre funciona correctamente y quizá haya que echarle un vistazo; la mala es que igual esa atención no es la más acertada. Hablemos de la pronación.

El movimiento de pronación podal se considera triplanar porque contiene variaciones en tres planos del espacio: hay abducción o separación del eje medio del cuerpo (los dedos apuntan hacia afuera), flexión dorsal o aproximación del empeine a la cara anterior de la pierna, y eversión o rotación interna (la parte externa del pie se despega del suelo, por decirlo de algún modo, mientras la interna se acerca). La supinación estaría formada por los movimientos contrarios.

El decir que se constituye en base a tres planos es una forma de simplificar y hacer más fácil su comprensión, sin embargo en la realidad los planos se combinan en el espacio hasta el infinito.

Cuando se habla de que alguien es pronador también se recurre a una simplificación. Como vengo insistiendo últimamente, el pie está compuesto de muchos elementos y cada paso consta de varias fases interdependientes. En el choque inicial de talón, por ejemplo, éste se encuentra supinado pero más aún lo está el antepié (dedos y un poco por detrás). En el apoyo completo del pie la articulación subastragalina, que se localiza la tibia y el peroné y el suelo, está pronada pero supina un poco antes de despegar el talón de la superficie. Resulta que esa última supinación de la que os hablo permite que la zona media y final del pie puedan pronar para que el despegue sea afectivo.

Con esto os quiero hacer ver que el pie no es un bloque de madera desviado hacia un lado u otro, sino el engranaje de múltiples piezas con una coordinación variada y preciosa. Cuando se pierde la armonía de esa coordinación, y la pronación o supinación de las distintas partes son excesivas, ahí es cuando se les añade el prefijo “hiper”, empiezan a surgir los problemas biomecánicos. Excesivo es cuando hay un grado de desviación compatible con deformidad (los expertos medimos el movimiento en grados y lo relacionamos con la globalidad para evaluarlo), cuando el tiempo que esa desviación actúa es mayor de lo contemplado y cuando es alta la velocidad a la que se alcanza esa posición.

Para medir una articulación del pie, los grados que alcanza en las distintas fases del movimiento, la constancia o versatilidad de su movimiento y la velocidad de los cambios, sin olvidar que todo eso influirá en semejantes variables de articulaciones próximas, hace falta echar un ratito y saber un poco.

 La hiperpronación puede originar lesiones al caminar y más aún al correr. También es potencialmente lesiva durante el pedaleo. Alteraciones como la periostitis, la condromalacia rotuliana, tendinitis de la pata de ganso, el síndrome de fricción de la cintilla iliotibial, incluso en ocasiones alteraciones lumbares por aumento de rotación interna de la pierna, báscula pélvica anterior y el consiguiente incremento de la lordosis lumbar.

Esto no quiere decir que si el pie o la pisada no son perfectos estés fatalmente predestinado a tener dolores de por vida. Igual que la capacidad cerebral es tremendamente más amplia de lo que nos acostumbramos a creer y utilizar, la biomecánica corporal tiene muchos recursos, generalmente desconocidos, para disipar anomalías. 

Tienes mucho cuerpo por conocer e infinidad de maneras de ponerte en funcionamiento. De vez en cuando viene bien algo de ayuda, pero recuerda: la salud eres tú.

¿Quién escribió el artículo?

Podóloga, fisioterapeuta, profesora del método Feldenkrais e investigadora científica, pionera en el ámbito de la diabetes y el ejercicio terapéutico.
Experta en la realización del estudio biomecánico de la pisada orientado a crear plantillas donde el gesto técnico y la calidad del movimiento son parámetros esenciales.

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